Cuando era estudiante de periodismo, en tercer año de la carrera, una de las asignaturas que más temía transitar se titulaba Ética y Deontología del Periodismo, impartida por Julio García Luis, decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana por ese entonces y recientemente nombrado Premio Nacional de Periodismo José Martí.
No me podrán negar que el título de la asignatura auguraba horas interminables de sermones sobre lo correcto y lo incorrecto. Sin embargo, el gran maestro que sabe ser Julio pronto me hizo olvidar el funesto nombre y con pasión discutimos en cada uno de los encuentros acerca del papel del periodista en la sociedad, específicamente una como la cubana.
De Julio me llevé unas cuantas lecciones, entre ellas la importancia de ser siempre honesto, modesto y humilde en cuanta tarea periodística se nos encomendase. Esas serían las claves del éxito.
Por entonces Mark Zuckerberg todavía experimentaba con su bebé Facebook, y las redes sociales en Internet estaban en su fase embrionaria. Hoy, la eclosión de las mismas ha significado un punto de giro para el periodismo y los periodistas, y algunos, como el norteamericano Dan Gillmor, opinan que la profesión más hermosa del mundo solo se salvará si somos capaces de atenernos a los principios elementales y objetivos de la misma. Se impone entonces un apego estricto, en todo momento, a las normas éticas de la profesión.
A fin de cuentas, cualquiera puede en estos días tener su propio medio de comunicación personal gracias al esparcimiento incontenible de numerosas herramientas para transmitir sucesos de manera inmediata, un hecho que hasta hace menos de un lustro era exclusivo de los periodistas. Pero de entre todo este entramado de dominios periodísticos o personales, solo triunfarán los más creíbles y honestos. Así ha sucedido desde los inicios del periodismo como profesión.
Cataclismos comunicacionales aparte, lo cierto es que el ser periodista hoy, en un mundo interconectado como el que vive una pequeña parte de la humanidad —sí, porque todavía hay una gran parte que ni se entera de eso—, constituye todo un reto.
Al menos quien suscribe estas letras siente que si no se supera y adapta, quedará muy mal parado públicamente en cualquier momento.
A mi entender, el periodista de hoy es más que nunca una figura pública, centro de atención y formador de estados de opinión. Y si ese periodista no está bien preparado para enfrentar el mundo que le rodea y evalúa los acontecimientos de manera superficial, el momento de su descrédito o pérdida de confianza por parte del público pudiera estar a la vuelta de la esquina.
La gente hoy puede formular sus propios criterios, y como nunca antes, tiene innumerables espacios para emitirlos. ¿Cuándo fue posible que los lectores pudieran emitir sus opiniones en vivo sobre hechos en desarrollo? Esta eventualidad, junto a muchas otras, es una de las nuevas características que enriquecen el escenario mediático actual. Por eso los periodistas son más “públicos” que nunca, y aquel que no entienda que todo el mundo cuenta, ya tiene perdida la mitad de la batalla.
Así, el escenario de trabajo cambia. Lo que durante mucho tiempo fue un mensaje unidireccional retroalimentado con cartas o llamadas telefónicas a la sede del medio, incluso con las llamadas «bolas» en la calle, hoy es un debate vivo en cualquier escenario de Internet.
Sucesos aparentemente insignificantes crecen como la bola de nieve en medio de una avalancha, y quien ponga su firma en un trabajo periodístico o emita un criterio en un lugar público, debe estar preparado para asimilar loas y descréditos. Estos últimos, serán menores en tanto el trabajo realizado muestre la debida solidez y profundidad, aunque siempre algún que otro «troll cibernético» intentará aguar la fiesta.
Sin dudas, la superación constante se impone, así como la creación de contenidos propios y la implementación de las más estrictas normas éticas para el comportamiento. Quien de este camino se aparte, puede acabar en medio de una ola de críticas, y en un mundo tan público y factual como el que nos rodea hoy, estas crisis no son fácilmente olvidadas.